RELATO OFICIAL DE CAMERONE
Publicado en el libro de Erwan
Bergot, La Legión, edición española: ATE, Barcelona, 1976
(Leído cada año, el 30 de abril,
delante del frente de las tropas de la Legión extranjera)
E1 Ejército
Francés sitiaba Puebla.
La Legíón tenía
por misión asegurar, en 120 km., la circulación y la seguridad de los convoyes.
El coronel
Jeanningros, quien mandaba, se entera, e1 29 de abril de 1863, de que un gran
convoy, llevando 3 millones en efectivo, material de sitio y municiones, estaba
en camino hacia Puebla. El capitán Danjou, su adjunto mayor, le convence para
enviar una compañía por delante del convoy. Fue designada la 3.ª compañía del
Regimiento extranjero, pero no tenía oficiales disponibles. El propia Danjou
toma el mando y los subtenientes Maudet, portabandera, y Vilain, pagador, se
unen a él voluntariamente.
El 30 de abril, a
la una de la madrugada, la 3.ª compañía, con una fuerza de tres oficiales y
sesenta y dos hombres se pone en camino. Había recorrido alrededor de 20 kilómetros
cuando, a las siete de la mañana, se paró en Palo Verde para tomar café. En ese
momento, el enemigo se despliega y se inicia el combate inmediatamente. E1
capitán Danjou hace cerrar el cuadrado y, batiéndose en retirada, rechaza
victoriosamente varias cargas de caballería, infligiendo al enemigo unas
primeras pérdidas graves.
A1 llegar a la
altura de la posada de Camerone, amplio edificio que contenía un patio rodeado
de un muro de tres metros de alto, decide atrincherarse allí para inmovilizar
al enemigo y retrasar de esta forma durante el mayor tiempo posible el momento
en que éste pudiese atacar el convoy.
Mientras sus
hombres organizan con celeridad la defensa de esta posada, un oficial
mejicano, haciendo valer la enorme superioridad numérica, intima al capitán
Danjou para que se rinda. Éste hace contestar: «Tenemos cartuchos y no nos
rendiremos.» Luego, levantando la mano, jura defenderse hasta 1a muerte y hace
prestar a sus hombres el mismo juramento. Eran las diez. Hasta las seis de la
tarde, esos sesenta hombres, que no habían comido ni bebido desde la víspera, a
pesar del sofocante calor, el hambre, la sed, resisten a dos mil mejicanos:
ochocientos jinetes, mil doscientos infantes.
A mediodía, el
capitán Danjou es matado por una bala en medio del pecho. A las dos, el
subteníente Vilain cae, tocado por una bala en la frente. En ese momento, el
coronel mejicano consigue prender fuego a la posada.
A pesar del calor
y el humo que vienen a aumentar sus sufrimientos, los legionarios siguen
aguantando, pero muchos son tocados. A las cinco, alrededor del subteniente
Maudet sólo quedan doce hombres en estado de combatir.
En ese momento, el
coronel mejicano reúne a sus hombres y les dice que se van a cubrir de
vergüenza si no consiguen abatir a ese puñado de valientes (un legionario que
comprende el español va traduciendo mientras habla). Los mejicanos se disponen
a dar el asalto general por las brechas que han conseguida abrir, pero
anteriormente, el coronel Milan dirige de nuevo un requerimiento al subteniente;
éste lo rechaza con desprecio.
Ya ha sido dado el
asalto final. Pronto ya no quedan alrededor de Maudet más que cinco hombres: el
cabo Maine, los legionarios Catteau, Wenzel, Constantin, Leonhart. Cada uno de
ellos conserva todavía un cartucho; tienen la bayoneta a punto y, refugiados
en una esquina del patio, plantan cara; a una señal descargan sus fusiles a
boca de jarro sobre el enemigo y se precipitan sobre él a la bayoneta. El
subteniente Maudet y dos legionarios caen mortalmente heridos. Maine y sus dos
camaradas están a punto de ser masacrados cuando un oficial mejicano se
precipita hacia ellos y los salva; les grita: «¡Ríndanse!» «No nos rendiremos
si no nos prometen coger y cuidar a nuestros heridos y si no nos dejan las
armas.» Sus bayonetas siguen siendo amenazadoras. «¡No se niega nada a unos
hombres como ustedes!», contesta el oficial.
Los sesenta
hombres del capitán Danjou han mantenido su juramento hasta el final; durante
once horas han resistida a dos mil enemigos, han matado a trescientos y herido
a otros tantos. Con su sacrificio, salvando el convoy, han cumplido la misión
que les había sido confiada.
El emperador
Napoleón III decidió que fuese inscrito el nombre de Camerone sobre la bandera
del Regimiento extranjero y que, además, los nombres de Danjou, Vilain y
Maudet, fuesen grabados con letras de oro sobre los muros de los Inválidos de
París.
Aparte de eso, fue
elevado en 1892 un monumento en el lugar del combate.
Desde entonces, cuando las
tropas mejicanas pasan por delante del monumento, presentan armas.