Había cometido una pequeña infracción de tráfico y me puse
como castigo el tragarme este libro. Conocía a la autora más que por sus obras
por su lenguaje y le tengo una animosidad personal, eso lastra la objetividad
en el análisis, lo reconozco.
Durante la lectura (llegué hasta el final por la razón
aducida) no sabía si reírme o echarme a llorar: niña de casa bien, con un
pisazo en zona noble de Madrid, hermano y familia acomodados y de derechas de
toda la vida, y se nos echa a perder; del disgusto mata a mamá y el hermano se
salva por pelos; ah, fundamental, sus albricias al comenzar la guerra al
parecer eran porque podía practicar el amor libre, ya se sabe, el mono con
cremallera bien engrasada.
El caserón, o casoplón como ahora dicen, lo dedica al servicio
de la causa, y uno de los causantes, amante de ella, es el que le causa todas
las desgracias cuando termina el conflicto. ¡mala suerte!; o sea que no fueron
los malos sino los buenos, o a la inversa, según se mire, pero desde sus
propias filas.
Su hermano le echa una mano (para que rime), y la redime, a
su pesar; se trasladan al paraje idílico de Pont de Suert, por suerte porque no
hay una predeterminación, y mira por donde se encuentran en primera fila para
el episodio que se avecina.
Como no había televisión, aunque sí algunas cadenas de
radio, pero su favorita era Radio España Independiente, emisora pirenaica, que
al parecer estaba más próxima a los Cárpatos que a los Pirineos, pero era
igual, de eso tardaríamos mucho tiempo en enterarnos. Lo cierto es que Inés, y
también yo, la escuchábamos, aunque los programas que yo escuché debieron ser
más modernos porque fue en fechas posteriores, soy más joven que Inés, pero no
creo que hubiesen mejorado mucho porque el primero me sirvió para dormirme y el
segundo también, y ya no hubo más; tampoco iba a autocastigarme por placer. Lo
cierto es que como somnífero tampoco era bueno pues se escuchaba malamente y
tenías que subir mucho el volumen y de repente volvía la onda con mucha fuerza
y te delataba ante los vecinos que se enfadaban no porque escuchases esas
ordinarieces sino porque los despertaba. Comprendo a la pobre Inés (todavía no
le había llegado la alegría al cuerpo), esperando la redención desde el más
allá pegada a la radiogalena, pero había que tener mucha fe para escuchar que
Stalin había entrado en Madrid, o que ya estaba en Chamartín próximo a hacerlo.
Pero a ella le sirvió para enterarse de que los comunistas
de Monzón (Carrillo no tuvo nada que ver aunque parezca mentira), cruzan la
frontera, la gran invasión; la guerra que no supieron ganar en el Ebro, con
todo el material que tenían, pretendieron ganarla con 3000 hombres, ciertamente
estos fueron los auténticos maquis. Y nuestra protagonista, que había vuelto a
ser una chica bien, bajo la égida de su hermano, aunque un poco ajada por los
traqueteos de la guerra y la cárcel depuradora, da su grito de alegría (¿de ahí
el título?): ¡que vienen los míos!, coge un caballo de las cuadras familiares
(en la mansión tenían de todo) y arrumba hacia el norte, hacia el Pirineo.
De Pont de Suert hasta el Valle de Arán hay 40 kilómetros
aproximadamente, una jornada que se puede hacer a caballo, pero Inés, o
Almudena, se olvida contarnos por donde entra en dicho valle. Si fue Almudena
lo haría perfectamente por el túnel de Viella, como lo haríamos cualquiera de
nosotros hoy día, pero Inés debió tener mas problemas porque en aquellas fechas
dicho túnel estaba en construcción; pequeño detalle que se le escapa a la
autora hasta el punto de que ni lo menciona.
La alternativa era el puerto de la Bonaigua, que si echamos
un vistazo al mapa veremos que la distancia se acrecienta bastante y el paso en
aquellas fechas era bastante peliagudo. Para no hacer trampas le diré a
Almudena (a Inés no porque ya había cruzado), que cuando las tropas nacionales
fueron a contraatacar consiguieron meter una batería de artillería por ese
boquete semiabierto de Viella, pero claro está los medios para conseguirlo eran
muy superiores a los que disponía la errante Inés, aunque alegría y entusiasmo
no le faltaban.
Procuraré ir abreviando no sea que me salga una parrafada
mas larga que la que yo me tragué, y que algunos de vosotros no conseguisteis
vencer. Una vez en el valle pone rumbo a Bossots, donde los maquis han ubicado
su PC (Post commander, como dicen los americanos, no tiene nada que ver con la
filiación política de los invasores), y aquí empieza otra historia para echarse
a reír pues me recordaba el cuento de Blancanieves (podían haberlo tomado como
guión para la película de M.Verdú). Inés se convierte en BN y les arregla la
casita y les prepara la comida a los...bueno, no eran enanitos, que con un
horario oficinesco salen a trabajar todos los días aunque en vez de llevar el
pico al hombro llevan el fusil; hacen su labor de captación, con resultados muy
negativos y decepcionantes, y emplean poco el fusil hasta que llegan las tropas
de reacción, aunque algo sí, y algunas vidas se llevan por delante. Inés
Blancarroja sigue con su trabajo doméstico (la guerra era cosa de hombres), y eso
sí se da unas alegrías para el cuerpo con el más guapo del grupo, que no era el
mandamás, aunque éste le cede su alojamiento que debia ser el despacho del
alcalde de la localidad.
No recuerdo muchos detalles porque me reía tanto que se me
saltaban las lágrimas, pero casi todas las escenas eran calcadas del referido
cuento infantil.
Y a partir de aquí la historia pierde su interés porque
comienza la evasión al grito de éso el último e Inés tan identificada está con
la causa, o con su ligue, que prefiere el exilio al asilo de su familia
fraterna.
Luego viene la historia del restaurante que montan al haber
hecho el curso de cocina práctico dándole de comer a los enanitos, y todo lo
que se le ocurra a Almudena para rellenar páginas y más páginas con lo que lo
único que consigue es detraerse lectores, que deciden utilizar su tocho para
sujetar las puertas los días de viento o para subirse a la alacena a coger el
bote de la mermelada.
Pido disculpas si a alguien molesté con mi crítica, menos a
la autora que se lo ha buscado.
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